Cuentan que David supo derribar a Golliat con su astucia y una sencilla honda, que el pequeño venció al grande, al que todos temían.
Hace años que la humilde Palestina se siente como otro David, más pequeño, casi desarmado y forzado a enfrentarse a un gigante nuevo. Solo que esta mole no es de carne, sino de hierro y ha cambiado la fuerza bruta por las armas.
Un joven se defiende a pedradas durante los numerosos disturbios entre
palestinos e israelíes. /Ammar Awad. Reuters
Desde hace tiempo los palestinos ya no nacen libres. Abuelos, padres e hijos han sido testigos resignados de como florecía en tierras que habían creído suyas un pueblo marcado también por el sufrimiento: los judíos llegaron a Palestina alentados por un sionismo de promesas sobre tiempos mejores. Hijos de una Europa que nunca los quiso del todo.
Nadie quiso percatarse entonces de que otro pueblo había hecho de aquella «tierra prometida» su nuevo hogar, de que en Palestina ya vivían palestinos.
Campamento palestino/ Ammar Awad. Reuters
Aún así, Israel nació. Vio la luz como un pequeño Estado que fue creciendo, y se hizo mayor, alentado por mecenas que lo engordaron y arroparon, mientras Palestina ya empezaba a pasar hambre. Entonces el pequeño se convirtió en un coloso, esbelto y reluciente.
No pasa un día en el que el gigante no deje de asfixiar a un «vecino» que todavía hoy trata de comprender por qué sus campos encogen, la causa de que sus ciudades ya no sean suyas, la razón por la que una enorme zanja de cemento segregue poblaciones, y distinga entre ciudadanos de primera y de segunda, israelitas y palestinos.
Un joven corona un campamento con la bandera palestina /
Mohamad Torokman. Reuters
Palestina se muere, se extingue en silencio porque nadie ha querido escucharla. Está condenada a deambular en este mundo de gigantes que, por mucho que insistan en ahogar sus remordimientos dejándola mirar en sus importantísimas reuniones, en el fondo, le siguen dando la espalda, haciendo gala de una hipocresía que asquea.
Los palestinos celebran la aceptación de Palestina como Estado observador
en la ONU / Atef Sadafi. EFE
A Palestina pocos la quieren. Y mientras tanto, Israel ha crecido tanto, que ya ni siquiera la deja hablar. Prefiere seguir oprimiendo con fuerza, acusándola de terrorista si acaso se le ocurre levantar la voz, hasta que se le escape la vida, dejando pasar los años. Para que cada día Palestina acabe siendo un poco menos Palestina, y cada vez más Israel.
R.
Dibujo de Forges.